Bien es sabido que a raíz de la Transición España cambió de color en todos los sentidos y talantes, del blanco y negro más sucio e indecoroso se pasó al gris esperanzador, y de ahí al color cuando llegaron las primeras pautas en los años 80.
Valencia no se quedó atrás y, por supuesto menos si se habla en todo lo relacionado con la cultura, con la música. Mientras en Madrid se comentaba sobre una tal “Movida Madrileña” encabezada por nombres infrecuentes como Alaska, Almodóvar, Poch, Radio Futura, Ouka Lele, Las Costus o Makoki, aquí ya se cocía una miscelánea de tratamientos contra el aburrimiento, llámese Doble Zero, La Banda De Gaal, La Masa Gris o Albatros, chocantes grupos repletos de músicos esclarecidos que con el tiempo, la llegada de los 80, se encargarían de pintar en mil colores aquella Valencia dictatorial del blanco y negro que habíamos sufrido.
Empezaban a brotar con fuerza, aunque a un nivel cultural reducido, nombres como Tomates Eléctricos, La Morgue, Less y sobre todo Glamour, que sin duda fue la avanzadilla que dio paso a una serie de movimientos límpidos en su estética y su quehacer musical, convirtiendo a la ciudad en una candidatura aterciopelada vista desde los ojos más envidiosos aguzados desde la capital de nuestro país.
Sí que es verdad que tras aquella sacudida de originalidad y condición les siguió una retahíla de semejanza artística, epígrafes como Betty Troupe, Fanzine, Video, Platino o Armas Blancas, incrementaban las críticas más triviales que ya no solo venían de los madriles, sino de otras ciudades y provincias como Barcelona, asentada entre el rockabilly de Loquillo y Segarra o su música cantada en catalán, Vigo, intentando dar frutos siempre a la sazón del mismo personaje, Coppini, o Murcia, exprimiendo al máximo Farmacia De Guardia, único grupo con el cual voceaban a los cuatro vientos que Murcia también existía.
https://www.youtube.com/watch?v=pZNfMcc6EcQ
Fue tal la repercusión y las ganas de crear algo que en un abrir y cerrar de ojos aquello se multiplicó por cien, el tecno pop valenciano dejaba hueco a otras especies más revolucionarias, con ideologías políticas, inquietudes y por supuesto colorismo; nacían las llamadas tribus urbanas, hoy en día prácticamente inexistentes. Mods, Nuevos Románticos, Heavys, Punks o Skinheads se mezclaban por una Valencia que crecía en paralelo, ahora sí, con el dinamismo y la aprovechada capital de España, referente como casi siempre, o así nos lo querían implantar, de la modernidad en este dichoso y rezagado país.
Por supuesto, de las mencionadas tribus urbanas pendían ídolos transmutados en forma de músicos o grupos musicales, que en resumidas cuentas, aquellas vestimentas y corrientes servían de excusa principalmente para dar guerra y vociferar cual era tu estilo musical preferido, amén de que alguno que otro esto se lo pudiera tomar más en serio y acabara tras un concierto durmiendo en el cuartelillo más cercano.
Por entonces, a mediados de los años ochenta, Valencia y el país en general disfrutaba de una gran gama de cultura musical, desde la creatividad más benigna a la incomprensión más inentendible, de la originalidad estética al hurto discográfico, de las ganas de comerse el mundo al…. soy de provincias.
Todo esto era acompañado por la enorme repercusión que los medios de comunicación, empeñados en querer hacerse el oportunismo suyo, se inventaran miles de programas y excusas para hacerse eco de lo que estaba sucediendo por todos los rincones del estado.
Paradójico queda hoy en día que las radiofórmulas en los años ochenta dieran cuenta por entonces a bandas que únicamente tenían un single editado con una compañía discográfica independiente, sin previo pago, o suscitar entrevistas o Especiales a una formación musical que prometía, por no hablar de las obsoletas maquetas, esas que se grababan en cintas de cassette y, que eran radiadas aleatoriamente en sus respectivos espacios.
Lo que en Valencia fue incomparable y única en aquella dorada época se alza en lo referente a la música internacional, y ya desde el principio de la década. Al margen de los grupos comerciales o canciones base que podían llegar a cualquier rincón del país, esta ciudad se especializó en rebuscar formaciones y/o éxitos de la escena independiente de otras tierras, principalmente las islas británicas, Centroeuropa o desde el patriotismo norteamericano, trayéndose a nuestra urbe toda clase de vinilos para luego ser pinchados en discotecas y en emisoras de radio; de ahí que Valencia se convirtiera en una plaza trascendental de la gira de un grupo “desconocido” o, como en una infinidad de ocasiones ser la única ciudad española en la cual desembarcaban.
Mucha culpa de todo aquello se le debe a discotecas como Chocolate, Spook Factory, Espiral o Barraca, primero, o Puzzle, Don Julio, Zona e incluso Masía (Segorbe, Castellón), después, evidentemente con sus escalas en bares y pubs como El Torero, Límite Local o Dori. Dj’s y gerentes de los citados locales viajaban a Londres asiduamente para traerse las últimas novedades discográficas, grabaciones de bandas que tenían su reconocimiento únicamente allí primero, y aquí acto seguido, tras varias sesiones y un par de Especiales en la radio.
Corrían entonces los últimos años ochenta y se estaba generando una actividad que se le puso nombre a escala nacional: La Ruta Del Bakalao (para los que la conocieron primero) o Ruta Destroy (los últimos en incorporarse). La situación funcionaba en recorrerse entre la noche del viernes y el domingo por la tarde-noche todas las discotecas posibles, durante 24 horas, ya que los espacios también disponían de su horario matutino, el problema que esto llegó a los oídos de los medios de comunicación más virulentos, implantando y desaconsejando tal barbarie; la fiesta no podía ser legal sin sustancias extras al alcohol durante el fin de semana. El caso es que se fletaban autobuses desde diferentes lugares de Europa para pasar un fin de semana más que largo, y eso significaba algo.
Ahora, en pleno siglo XXI, parece que parte de todo aquello quiere regresar, desde reuniones esporádicas de grupos musicales sin repercusión, hasta reencuentros que quieren ir más allá del simple tanteo, desde extravagantes indumentarias criticadas en su tiempo, a copiar hasta el último detalle de la prenda más chic comprada en la calle Colón, desde páginas webs con acento ochentero, hasta discográficas que nacen con la intención de editar vinilos con bandas de aquellos años, desde documentales editados en DVD sobre La Ruta Del Bakalao, hasta emisoras de radio erigidas para sintonizar con los 80.
En definitiva, algo se mueve, y por lo tanto dice que aquello era mejor, o al menos no era tan malo como muchos se empeñan en propagar. ¡¡ Han vuelto los 80!!, o ¿Sí?.
Vicente Ribas