El ratoncito que quería ser ave

Cuentan algunas leyendas de los Texatecas sobre las creaciones de Bumbarra, el dios de los animales. Esta curiosa tribu que vivió antes de la colonización en América Central, contaba que hubo una vez un ratoncito que siempre se subía a los árboles y se tiraba desde lo más alto con la intención de volar.

Este animalillo tan particular se pasaba los días mirando a las hermosas aves del lugar y soñaba con tener plumajes tan coloridos como los de ellas. Una tarde en que estaba comiendo sus frutas preferidas, un bello pájaro se posó cerca de él. El roedor le preguntó: “¿Es fácil volar?”.

ratoncito

El ave lo miró con soberbia y le dijo: “claro que es fácil. Solamente tienes que tener hermosas alas como las mías.” – ¿Yo podría llegar a volar?- le preguntó el ratón con entusiasmo. El ave lanzó una carcajada y luego le dijo: “jamás lo harás sin plumas. Ningún animal puede volar sin ellas.” – ¿Al menos podrías enseñarme los movimientos para volar?- le pidió algo tímido el ratón. – No tengo tiempo que perder, y menos con tonterías.- dijo el ave y se fue de allí. El ratón quedó muy dolido por las palabras del plumífero. Algunos animales que estaban cerca y escucharon la conversación se rieron del roedor. Un mono que estaba colgado de una liana lo aplaudió con sus pies en forma burlona. Esa misma noche, mientras todos dormían, se escuchó moverse las ramas de un árbol. Los pájaros no podían ser porque estaba soñando en sus nidos. Las serpientes no andaban a esa hora porque se encontraban descansando en sus casas. Fue entonces cuando la luna iluminó al ratón que intentaba subirse a la rama más alta, del árbol más alto del bosque para lanzarse e intentar, de esa forma, demostrarle al ave que se equivocaba.

Quiso hacerlo de noche para que nadie pudiera burlarse si fallaba, pero su corazoncito le decía que tendría éxito. Él intentaría volar y lo lograría. Con gran esfuerzo llegó a la cima. En la última rama temblorosa se ubicó. Abrió ampliamente sus patas delanteras y dio un gran salto.

Lo que no midió antes fue la distancia y la cantidad de ramas peligrosas que tenía aquel árbol. El ratón se golpeó en todas partes del cuerpo, pero donde más se lastimó fue en sus ojos y orejas. No cayó al suelo, sino que quedó enganchado, boca a bajo en una de las ramas más cercanas al piso. Sus lágrimas de dolor y frustración se mezclaron con sus gritos que decían: “¡Yo deseo con todo mi corazón volar! ¡Quiero volar!”

Las palabras llegaron hasta los oídos del dios Bumbarra, y éste bajando de los cielos lo salva del árbol y le dijo: “Veo que tienes muchas ganas de tener alas, mi pequeño amigo. Tus ojos están dañados, a penas puedes ver. Pero te compensaré dándote el poder de ver en la oscuridad a través de sonidos. Además te daré lo que tanto anhelas: un par de alas.”

Y con magia tejió unas membranas para que pudiera andar por los cielos. “Serás la envidia de todas las aves, porque a pesar de no tener bellas plumas, tú serás el primer mamífero capaz de volar sin necesidad de ellas.” El dios Bumbarra terminó de curar al malherido ratón y lo transformó en el animalito que hoy en día conocemos como murciélago.

murcielago

4.8