Un escritor fantasma, un político asediado y una mujer atormentada, forman parte del brebaje emocional y psicótico que Roman Polanski (El Pianista, 2001) dispone en su última cinta El Escritor. Un drama convulsivo y audaz que sorprende y emociona en cada segundo.
Ewan Mcgregor (Big Fish, 2003) da vida a un escritor acostumbrado a las sombras, que de repente se encuentra inmerso en un conflicto ajeno y de tintes políticos. Su magistral actuación, probablemente uno de los mejores trabajos de su carrera, imprime carácter y sobriedad a la historia.
Otros elementos como la música, responsabilidad del laureado Alexandre Desplat, y el montaje, atenúan esa fantástica penumbra bajo la cual, la narración visual de Polasnki se acobija, y desde donde despide suspenso y drama a un ritmo jadeante.
La historia, basada en una novela de Robert Harris, tiene una estructura narrativa bastante particular, los puntos de giro no son quizá demasiado impactantes, pero los acontecimientos posteriores y el estilo del montaje, hacen que la cinta gane en emociones. Como una cebolla, el filme se va desgajando desde una capa muy externa en la que las acciones tienen poco impacto, hasta llegar al centro donde todo se vuelve turbio, denso y excitante. Esta estructura ya fue experimenta en El Intercambio (2008) por Clint Easwood.
Los impecables trabajos del reparto, encabezado por Olivia Williams, Pierce Brosnan, Kin Cattrall y Tom Wilkinson, hacen de la película una caldera de sentimientos, en la que la realidad se distorsiona constantemente, y sus personajes siguen sendos arcos de transformaciones, llegando al desgarrador punto de no poder reconocerse.
Es un impecable drama político, una historia de personajes, con un ritmo palpitante y una capacidad infinita de concentración y agudeza. Una vez más, Polanski nos sorprende, con creatividad e intriga.