La historia del vino es tan antigua como la propia historia de la civilización, ya que la vid es una de las plantas conocidas más antiguas de las que sale este zumo de uvas exprimido, cocido y fermentado. Sus orígenes podríamos situarlos en Mesopotamia, pues sabemos que los egipcios utilizaban el vino en sus ritos funerarios y que la biblia llega a nombrar cientos de veces a la uva y al vino. En la mitología, el dios Dioniso fue quien enseñó a los griegos el arte del cultivo de la vid y de la elaboración del vino, aunque hay quienes sostienen que los egipcios difundieron su consumo mucho antes de este registro mitológico.
Al parecer, en España el vino fue puramente un legado de la invasión romana. Se sabe también que los árabes consumían vino a pesar de la prohibición de su religión. Sin embargo, el cultivo de la vid está claramente ligado a una creencia cristiana, puesto que ya desde la Edad Media la mayoría de los monasterios se dedicaban a producir sus propios vinos.
No todos los vinos son iguales a pesar de que todos sean productos del mosto de la uva fermentada, dado que son una multitud de factores los que intervienen en su elaboración como el terreno, la climatología, la bodega, etc. Solamente en España nos encontramos con treinta y ocho denominaciones de origen distintas y todas ellas reconocidas, entre las que destacan La Rioja, Jerez, Jumilla, La Mancha, Valdepeñas, Cariñena o Ribera del Duero. En Alemania encontramos vinos blancos y afrutados, en Chile vinos tintos y blancos y en Francia, la cuna mundial del vino, encontramos tintos, rosados, blancos y espumosos. Italia es el país que más vino produce del mundo como los Chianti y los Marsala, y Portugal produce grandes vinos de mesa blancos, rosados y tintos.
El vino es una fuente enorme de energía ya que aporta entre 75 y 80 calorías, contiene vitaminas y facilita la digestión, así como ayuda a prevenir enfermedades del corazón.