Hasta el siglo XIX, en la mayoría de viviendas la cocina y el comedor formaban un único espacio, un lugar de convivencia de los miembros de la familia. La cocina era el núcleo del hogar, porque toda la actividad humana giraba al rededor del fuego.
Sin embargo, a partir de la década de los 20 en Europa se impuso un nuevo tipo de cocina urbana. La denominada cocina de Frankfurt. Primaba la economía del espacio y la organización racional. Creaba un lugar de trabajo reducido al mínimo imprescindible, modular y con su característica distribución en paralelo: una de las paredes principales se destinaba al mobiliario básico y la otra a almacenaje. La escasa superficie central de la habitación quedaba reservada para el movimiento de la persona que cocinaba.
En esa nueva cocina se trabajaba de cara a la pared. Y aún hoy sigue siendo así en muchas casas, ya que el modelo ha sobrevivido hasta nuestros días.